Las contracciones me parecían cortas pero seguidas; sin embargo, mientras volvía a casa, pararon. Tanto mejor, aprovechamos para preparar todo lo necesario y para pasar un rato juntos. Hicimos fotos y vídeos, disfrutamos de maravilloso sexo; y salimos a pasear y comer algo fuera. Aproveché para pedirme pollo vindalu en un hindú acogedor; el picante me encanta pero no es aconsejable ni el embarazo ni en la lactancia: ¡ahora, sí podía! En el restaurante mis contracciones volvieron. Me relajaba y esperaba tranquilamente que pasara cada onda, así estaba completamente a gusto. De vuelta nos reímos mogollón y andábamos cogidos de la mano. Qué especial me sentía! En casa volvimos a hacer el amor, … como tenía membranas intactas, sé que es lo mejor que se puede hacer. Después de los orgasmos, la comida picante.
Después de los orgasmos, la comida picante y el movimiento, no es sorprendente que las contracciones se hicieran más frecuentes. Pasé la noche adoptando posturas en el suelo, más a menudo a cuatro patas. También me gustaba balancearme la pelvis encima de la pelota de pilates, pero en breve la abandoné porque estaba haciendo ruido y yo no quería despertar a mi novio: mejor dejarle descansar, que iba a necesitarlo. En la postura del gato yo estaba bien. Estaba relajada y segura de mi misma. Aunque acumulaba noches sin dormir, me sentía en forma. No podía permanecer tumbada, no me bastaba relajarme y enfocarme en mi respiración: lo que necesitaba era moverme. Inspiraba lo más lenta y profundamente que podía siguiendo la ola. Qué bien, liberar la mente, sintonizarme, esperar, incorporarme y dejarme llevar par las olas, subir y bajar, como una surfista que fui durante un verano atlántico.
…
Al día siguiente las contracciones continuaron, las tenía cada 8 o 10 minutos. No estaba aún de parto: todavía estaba en preparto.
Me ponía a cuatro patas y durante las pausas intentaba finalizar la primera lectura de los materiales de mis cursos de preparación al parto. Pero me dije: “no necesito esta información porque instintivamente sabré cómo hacer, basta escuchar a mi cuerpo”. Grabamos un vídeo con la cámara para tener recuerdo de mi preciosa barriga, … adorábamos tanto tocarla y jugar con nuestro bebé que nos respondía desde dentro. Me duché con agua caliente, me recargué con oxitocina recibiendo sexo oral. Luego mi pareja se puso a llenar la piscina. Intentamos tornar la atmósfera más romántica, bajamos las contraventanas dejando la luz de una lamparita tapada en el suelo y de algunas velas. Pusimos música relajante, música para bebés como saludo por nuestro tesoro. Hacia el mediodía Emilio apareció en la puerta y nos saludó cordialmente.
Cada mujer sabe por su instinto como parir, y sabe que todo lo que necesita es dejarse llevar.
Escogí a Emilio Santos para asistir mi parto. Al principio pensaba en elegir a una mujer pero finalmente él me ganó la confianza. Pensé que con él la posibilidad de tener un traslado hospitalario, mi gran miedo, era menor. Pensé también que en calidad de psiquiatra podía ayudarme si me desesperaba durante el parto. El trato en las consultas no se puede comparar con los ginecólogos que había visto hasta entonces. Me inspiraba optimismo. Durante la primera consulta me preguntó que es lo más importante para mí durante el parto, indiqué intimidad y sensación de libertad. Yo imaginaba mi futuro parto como algo muy romántico a lo cual él dijo que así es, … un acto de amor, la culminación en la vida sexual de una mujer. Disipó mis incertidumbres. Contestó a todas mis preguntas y me dio sugerencias para la placenta y todo lo que me interesaba.
Me dijo: “Las mujeres tan emocionales como tú tienen partos muy buenos. En un parto medicalizado puede colaborar mejor una mujer sumisa o reprimida. En un parto en libertad fluyen muy bien ese tipo de mujeres que sienten sus emociones por todos los poros de su piel. Me dijo que yo tenía una predisposición magnífica para parir en su casa”.
Emilio me había calculado como fecha probable de parto el 12 de abril. Y, exactamente, ese día, por la mañana, yo sentí las primeras señales cuando se despertó con tapón mucoso expulsado y con contracciones muy ligeras, más bien agradables.
Eran como una apretura de mi abdomen que por el momento no me molestaba. ¡Al darme cuenta que el parto comenzaba tuve sensación de felicidad y emoción! Pasé un día placentero con contracciones preliminares, llena de entusiasmo y alegría. Pude hacer todo lo que me apetecía sin ninguna molestia: bailé en casa, preparé la ropa del bebé (hasta aquel momento no había tenido la oportunidad), canté a mi bebé, hice yoga, llamé a mi novio dos veces, la primera para darle la buena noticia de que las contracciones ya habían empezado, y la segunda para decirle que quizás era mejor que viniera y que preparásemos la casa y la piscina del parto, dado que no se sabía la velocidad con la cual se desarrollaría. Las contracciones me parecían cortas pero seguidas; sin embargo, mientras volvía a casa, pararon. Tanto mejor, aprovechamos para preparar todo lo necesario y para pasar un rato juntos. Hicimos fotos y vídeos, disfrutamos de maravilloso sexo; y salimos a pasear y comer algo fuera. Aproveché para pedirme pollo vindalu en un hindú acogedor; el picante me encanta pero no es aconsejable ni el embarazo ni en la lactancia: ¡ahora, sí podía! En el restaurante mis contracciones volvieron. Me relajaba y esperaba tranquilamente que pasara cada onda, así estaba completamente a gusto. De vuelta nos reímos mogollón y andábamos cogidos de la mano. Qué especial me sentía! En casa volvimos a hacer el amor, … como tenía membranas intactas, sé que es lo mejor que se puede hacer. Después de los orgasmos, la comida picante y el movimiento, no es sorprendente que las contracciones se hicieran más frecuentes. Pasé la noche adoptando posturas en el suelo, más a menudo a cuatro patas. También me gustaba balancearme la pelvis encima de la pelota de pilates, pero en breve la abandoné porque estaba haciendo ruido y yo no quería
despertar a mi novio: mejor dejarle descansar, que iba a necesitarlo. En la postura del gato yo estaba bien. Estaba relajada y segura de mi misma. Aunque acumulaba noches sin dormir, me sentía en forma. No podía permanecer tumbada, no me bastaba relajarme y enfocarme en mi respiración: lo que necesitaba era moverme. Inspiraba lo más lenta y profundamente que podía siguiendo la ola. Qué bien, liberar la mente, sintonizarme, esperar, incorporarme y dejarme llevar par las olas, subir y bajar, como una surfista que fui durante un verano atlántico …
Al día siguiente las contracciones continuaron, las tenía cada 8 o 10 minutos. No estaba aún de parto: todavía estaba en preparto.
Me ponía a cuatro patas y durante las pausas intentaba finalizar la primera lectura de los materiales de mis cursos de preparación al parto. Pero me dije: “no necesito esta información porque instintivamente sabré cómo hacer, basta escuchar a mi cuerpo”. Grabamos un vídeo con la cámara para tener recuerdo de mi preciosa barriga, … adorábamos tanto tocarla y jugar con nuestro bebé que nos respondía desde dentro. Me duché con agua caliente, me recargué con oxitocina recibiendo sexo oral. Luego mi pareja se puso a llenar la piscina. Intentamos tornar la atmósfera más romántica, bajamos las contraventanas dejando la luz de una lamparita tapada en el suelo y de algunas velas. Pusimos música relajante, música para bebés como saludo por nuestro tesoro. Hacia el mediodía Emilio apareció en la puerta y nos saludó cordialmente.
Stanislav (mi novio) le había mandado un sms para ponerle al corriente. Yo sabía que aún estábamos muy al principio. Mis contracciones todavía no eran regulares ni rítmicas y, de hecho, en su presencia se pararon temporalmente. Suele ocurrir porque la sociabilidad inhibe el parto. Aunque sé que tiende a no dirigir la postura en el parto, en un preparto largo (y este lo estaba siendo) Emilio suele hacer sugerencias que ayuden a que la cabeza se encaje para que así comience de verdad el parto. Así que me dió algunos consejos en ese sentido y nos dejó solos en intimidad, asegurándonos que se quedaría cerca. El médico aprovechó para comer.
Emilio, unas veces venía para enterarse como me sentía (yo muy sonriente como habitual y de pre-parto) y después volvía a salir para dejarnos más intimidad. Ni una vez me hizo una exploración durante todo el parto.
Cambié la postura de cuatro patas a la de cuclillas sintiéndome más a gusto estar ligeramente inclinada adelante o apoyada en mi novio. De nuevo me resultaba mucho mejor cuando me había preparado y relajado antes del comienzo de la contracción; por el contrario, me molestaba una contracción cuando me sorprende en alguna postura tergiversada. De repente tenía muchas ganas de entrar en la piscina para refrescarme. El agua me encanta. El agua era celestial, me sentía maravillosa y sonreía aún más. Fue genial, pero … las contracciones poco a poco se debilitaron. Emilio me propuso salir del agua y darme un paseo o subir y bajar las escaleras del edificio. Como estaba lloviznando, mi novio y yo optamos por las escaleras.
Nada más salir de la piscina, las olas volvieron con doble fuerza. Mientras me ponía la ropa tuve unas cuantas, … con los zapatos otras cuantas. En las escaleras necesitaba parar en cada planta varias veces y apoyarme en la barandilla o en Stanislav, pero todo eso fue bien divertido. Cuando llegamos arriba del todo descubrimos una terraza amplia con una bella vista de Madrid. Al bajar ya no quería comer, pero sí tenía una sed insaciable. Me gustaba especialmente beber agua con limón y a veces con miel. Stan cuidaba mi confort, me daba masajes, me ayudaba a cambiar de postura y ponerme más cómoda, me apoyaba, me acariciaba, mantenía la piscina, vigilaba que nada me molestara y preguntaba al médico cuando teníamos alguna duda. Emilio estuvo perfecto, no había nada más que yo pudiera desear. Discreto, casi imperceptible, y con una energía positiva … Me encantaba cómo este médico deja todo el proceso fluir por sí mismo, sin intervenir de ninguna manera. Lo único que hacía fue auscultar los tonos del bebé de vez en cuando sin molestarme. Hablaba poco con voz suave y de una manera delicada. Una gran parte del tiempo permaneció en la habitación contigua para no interferir en nuestra intimidad.
Volví a la piscina, las ondas ya eran bien intensas. No descubría nada que temer en esas contracciones; la sensación era similar a la de mi regla, pero miles de veces mejor, con la enorme diferencia que las de la dilatación me hacían afortunada ¡y con una finalidad más que estupenda! Esta vez el agua no las disminuyó, así me resultaba muy cómodo y relajante ponerme en mis posturas favoritas – en cuclillas o de rodillas, inclinada hacia el borde neumático. Ensimismada, sin pensar de nada, no tenía percepción del tiempo y no prestaba ninguna atención a lo que ocurría a mi alrededor. Instintivamente movía la pelvis en ochos. El agua me daba mucha intimidad. Intenté como sería tocar ligeramente mi zona más erógena –¡eso fue genial!-. Durante las pausas pedía más líquidos. ¡Qué maravilla era esta piscina inflable! Mi bañera habría resultado dura para mis rodillas y demasiado estrecha para darme vueltas y para cambiar de postura; además, al ser menos profunda, me habría llevado a posturas sentada, posturas que me parecían imposibles en esta etapa. Las contracciones se volvían más y más fuertes. Ya pasé a un recurso más poderoso para neutralizarlas – besarme ardientemente con mi novio. Cada vez que sentía el comienzo de la contracción, le agarraba y lo besaba profundamente y con mucha pasión. ¡Exactamente como lo había imaginado! Y eso, … ¡eso tuvo mejor efecto que ninguna técnica de relajacion y de respiracion! Al principio Stanislav estaba arrodillado al lado de la piscina, reclinado hacia mi, sus labios entrelados con los míos. Más tarde se metió dentro. Ahora podía sentirle con todo mi cuerpo. Besándolo, no sentía la fuerza de las contracciones. Disfrutaba del proceso: no es algo que me pasa cada día!. Me sentía tan enamorada de mi maravilloso compañero … ¡Lo necesitaba tanto cerca de mi!. Estaba en otro mundo, pero … ¡qué mundo más bonito!
Nunca describiría el parto como algo doloroso. Y soy muy sensible al dolor.
Estaba tan eufórica … Me encantaba experimentar esas sensaciones únicas. Notaba la magnitud de las contracciones, pero no como dolor, sino algo como de fondo, a lo que no hacía caso. Imagino que lo que yo experimentaba, en otras circunstancias, con miedo, con tensión, con ambiente frío, con falta de apoyo, o sin libertad de movimiento, … sí podría haberse convertido en dolor.
Mi parto ya estaba siendo más largo de lo que yo había esperado. Me pregunté para mis adentros si ya no he llegado a la dilatación completa.
Ahora ya no quería besar a mi novio. Ahora yo quería estar sola. Sola y sin nadie en mi campo visual. Hasta este momento emitía sonidos bajos y profundos, pero ahora necesitaba gritar. Empecé a cansarme. Me parecía que ya no podía tender mis piernas, que estaban a punto de adormecerse. Además, tenía ganas muy fuertes de cagar, no sabía si de verdad necesitaba hacerlo o ya estaban empezando las famosas ganas de empujar. No tenía experiencia previa, pero tampoco quería preguntar.
Salí del agua un rato. Intenté hacer algo en el váter durante un tiempo, pero nada. Necesitaba descansar un poco y estirar las piernas después de tantas horas en cuclillas. Lo dije y Emilio me propuso intentar ponerme de lado en la cama con una pierna levantada y apoyada por Stanislav mientras intentaba relajarme al máximo. Esta postura me resultaba dolorosa y no tan cómoda, pero me urgía reposar y recuperar fuerzas.
Y llegaron pujos … tremendos. No sabía que eran así, tan intensos: como una presión brutal, sobre todo en el ano. Acompañaba de gritos fuertes que me hacían sentirme mejor. Durante uno de esos pujos fuertes rompí aguas. No vi el agua, estaba con ojos cerrados y no quería abrirlos; solo sentí el cálido flujo de líquido sobre mis piernas, agradable.
Me dijeron que eran limpias y transparentes. Las contracciones ganaban fuerza. Stanislav sostenía mi periné con compresas calientes para protegerlo, lo cual me aliviaba muchísimo y me daba una sensación de seguridad para ser capaz de empujar sin miedo de desgarrarme. Pero en ya la cama no estaba a gusto. Me vinieron ganas de entrar en el agua de nuevo. Y lo hice.
Un rato más me quedé en cuclillas dentro de la piscina, esta vez con agua más templada. Antes del parto tenía la idea de que esta etapa no duele, había leído algo como que la cabeza del bebé apoya el canal del parto de tal manera que lo hace insensible, y otras mujeres me habían contado también que ya no sentían nada … Pero a mí el expulsivo sí que me dolía, a diferencia de la dilatación. Me sorprendió, pero pensé que ya estaba muy cerca de mi bebé, ¡qué excitante!, … ¡me daba igual si me dolía o no!
Visualizaba cómo mi bebé avanzaba facilmente y con suavidad cada vez más abajo y cómo mi cuerpo se abría como una flor. Intentaba relajar por completo los músculos faciales y vaginales. Hablaba a mi bebé mentalmente, intentaba animarla y darle coraje, le decía que lo hacía perfecto y que sabía exactamente cómo proceder. ¡Y que nos quedaba muy poquito para vernos!
¡Esta etapa (los pujos) no fue tan fácil como yo esperaba! Necesité mucho tiempo y bastante esfuerzo. Quise probar hacerlo sin empujar, pero en aquel momento me pareció imposible que mi bebé pudiera salir así … Así que abandoné esta técnica y opté por seguir mis instintos. Me puse a soltar gritos fortísimos, … qué alivio … gritando así dejaba de sentir esa enorme presión, me acercaba más a mis instintos. Me encantaba gritar, era como saltar de una roca muy alta al mar o como volar en una montaña rusa … La pequeña no parecía tener ninguna prisa.
Emilio me dijo que yo no tenía que hacer nada. De vez en cuando discretamente escuchaba la frecuencia cardiaca de la bebé sin cambiarme la postura, todo estaba bien. En algún momento Emilio me preguntó si ya podía tocar la cabecita. En el primer instante me parecía que no, pero muy poco después ya de verdad alcanzaba con mis dedos a tocar algo particularmente blando en cada pico de la contracción. Cuando pasaba la onda, desaparecía hacia arriba. Me parecía demasiado tierno y blandito, el médico me dijo que era la cabeza del bebé. Me parecía increíble, ¡enternecedor!
No entendía … ¿por qué necesitaba tanto tiempo si la posición de mi bebé era perfecta (dorso izquierda, con la cabeza encajada desde semanas antes del parto)?; con lo tranquila que yo me sentía hasta aquel momento … ¿Podía ser por ser mi tercera noche sin dormir? Empezaba a dudar de mi capacidad para parir, pero no quería que se notara ni que me nadie ayudara de ninguna manera. Así que exclamé: «¡voy a parir ya!». Porque, aunque parir me parecía algo imposible en aquel momento, temía cualquier tipo de ayuda..
Sentía un estiramiento extremo y ardiente. De repente cambié la postura y desde rodillas puse un pie y me encontré mitad en cuclillas mitad de rodillas. Y con la siguiente contracción ¡sentí cómo salía la cabeza de mi bebé! Pude verla entre mis piernas y acariciarla, una pequeña bola con pelo sedoso y desmelenado. ¡Cogí a tientas una orejita preciosa!
Me maravilló infinitamente, ¡mi bebé era real! Ni siquiera sentí el resto del cuerpecito saliendo. Mi novio, conmigo dentro de la piscina, detrás de mi espalda, más tarde me dijo que había visto dos grandes curiosos ojos mirando desde el agua y una frente un poco fruncida, y como con las siguientes una o dos ondas salieron los hombros y luego todo el cuerpo de la bebé se deslizó sola hacia fuera. Yo vi a una maravillosa criatura, conectada con el cordón umbilical, de color azul claro, que empezó a flotar en el agua. Emocionada e impaciente tendí mis manos para sacarla a la superficie y abrazarla. ¡Una niña mágica, maravillosa! ¡Yo fui la primera persona en el mundo a tocarla, cogerla, abrazarla! Este momento en que saqué a mi recién nacida hija del agua y me la acurruqué al pecho, … ¡este momento fue el más profundo e inolvidable de mi vida!
Yo y Stanislav la mirábamos admirados, encantados. Ella también nos miraba inocentemente con ojos curiosos. Era perfecta! Más estupenda que en nuestra imaginación más atrevida! Tan guapa y delicada, una niña rosada y gordita, abundantemente cubierta con vernix. Resoplaba produciendo sonidos simpáticos, sin llorar. Tenía el cordón umbilical ligeramente envuelto alrededor de su cuerpo, el cual, Emilio desenvolvió cuiadadosamente mientras ella estaba en mis brazos. Stanislav preguntó al médico si los bebés no deberían llorar al nacer, a lo que éste respondió que no es obligatorio. Nosotros sonreíamos ampliamente y la saludábamos. Yo me estaba fijando en sus ojos muy de cerca para que ella pudiera verme; la llenaba de besos y respiraba su olor, la apretaba a mi cuerpo y acariciaba su dulce piel y cabeza tan bonita. No paraba de decirle cuánto la amamos y lo bienvenida que era. Esta bebé magnífica lo hizo todo estupendo, de la mejor manera, ¡fue su triunfo! Para nosotros este encuentro fue un flechazo para siempre con esta graciosa pequeña niña. Los tres nos abrazamos en el agua, encantados y felices. Emilio dijo algo como “Cuanta felicidad hay en esta habitación”.
En los primeros momentos la puse a mi pecho izquierdo y ella empezó a succionar. Aunque no mamó mucho (solo un rato) me alegré muchísimo de que tomara de calostro en los primeros momentos de su vida. Era de madrugada, mi niña había nacido a las 5:25. Todo me parecía un sueño mágico. En ningún momento había mirado el reloj.
¡Había estado un día y medio de preparto, 12 horas de dilatación y 2 horas de pujos!
¡Hubiera esperado un parto más rápido! Pero al final me dije “qué suerte tuve de tener un parto suficientemente largo para intentar tantas cosas y vivir esos momentos tan preciosos! Y qué médico más maravilloso había elegido! ¡Qué paciencia mostró para que yo pudiera hacerlo todo sola!
Al cabo de 15 minutos salimos del agua, con mi bebé en brazos y fuimos al cuarto del baño. Era justo cuando salí de la piscina que empecé a sangrar, pero sangraba muy poco y casi todo se había quedado en la piscina … Me senté en la taza del cuarto baño, al fondo Emilio había puesto una palangana pequeña, y así esperamos la salida de la placenta. Con la bebé succionando en mis brazos, la placenta salió espontáneamente casi en seguida. Luego Stanislav cortó el cordón umbilical. El doctor miraba la placenta detallamente.
Mi princesa y yo nos dirigimos hacia la cama, desnudas, acurrucadas, y nos cubrimos con toallas y mantas para calentarnos. Ella estuvo desnuda encima de mi, yo no paraba de cubrirla de caricias. Lo único que necesitaba en ese momento era a mí.
Emilio cuidadosamente midió el perímetro de su cabeza y tal cual como estaba sobre mis pechos la levantó en un fular un momento para pesarla. 4180 gramos. ¡Qué grande mi primer bebé!! No tuve desgarros, solo dos superficiales heriditas en los labios mayores, que no necesitaban sutura y que desaparecieron en pocos días.
Después del parto me recuperé rápidamente … y sigo pensando cada día en su nacimiento. Antes de dar a luz me extasiaba al imaginarlo y ahora al recordarlo.